Además de ser un placer para el paladar, el consumo de sardina, ya sea fresca o en semiconserva, contribuirá a mejorar nuestra salud. En el artículo de hoy os explicamos cómo.
La sardina es un pescado azul y una fuente muy rica en omega-3, que ayuda a disminuir los niveles de colesterol y de triglicéridos, además de aumentar la fluidez de la sangre, cosa que disminuye el riesgo de arterioesclerosis y trombosis. Por este motivo, se recomienda el consumo de sardina y otros pescados azules para evitar enfermedades cardiovasculares.
Las sardinas en conserva presentan un contenido de calcio muy importante ya que se consumen junto con la espina. En concreto, aportan 314 miligramos de calcio por cada 100g.
Entre las vitaminas cabe destacar las vitaminas del grupo B, como la B12 y la B1 o Niacina, que intervienen en muchos procesos de gran importancia como la formación de los glóbulos rojos, la síntesis de material genético, la producción de hormonas, etc.
La sardina es también una fuente importante de vitaminas liposolubles como la vitamina A, D y E. La primera contribuye al mantenimiento, crecimiento y reparación de las mucosas, piel y otros tejidos del cuerpo. Favorece la resistencia ante posibles infecciones y es necesaria para el desarrollo del sistema nervioso y para la visión nocturna. La vitamina D favorece la absorción de calcio y su fijación en el hueso, y regula el nivel de calcio en sangre.
En referencia a los minerales, la sardina contiene fósforo, magnesio, potasio, hierro, zinc y yodo.
Finalmente, si todos esos motivos no os parecen suficientes para probar las Sardinas de la Costa o las Sardinas en Escabeche Receta de l’Avi Benet, os daremos otra razón más: ¡están riquísimas! 😉